Nadie podrá discutir que nos encontramos, según muchos
columnistas y “expertos” (a pesar que no hay que ser “experto” o tener un
título para darse cuenta), frente a una profunda crisis institucional a partir
de los recientes (y no tanto) hechos: delitos tributarios que remecen
transversalmente a la política chilena, la crisis ambiental en el norte y sur
de Chile reflejada en las sequías e incendios como los que hemos visto
últimamente, organización social en torno a demandas ambientales –ver Caimanes,
Freirina- debido a la facilidad de ciertos actores sociales por acceder a los
recursos de la región, familiares de la gente de la Moneda reuniéndose con los
grandes capitales de este país, presiones sobre el poder judicial, cambiando
fiscales a cargo de casos que los involucran, obstrucción de estos mismos
casos; el nombramiento del cura Barros como obispo de Osorno, edecanes
presidenciales y exministros de interior envueltos en redes de protección de
narcotráfico, leyes que favorecen de manera grosera exclusivamente a los
ilustres diputados como la dieta parlamentaria, el silencio inaudito de la
bancada estudiantil y de partidos que tenían un discurso “contra la
institucionalidad”, la colusión de farmacias/pollos, y un enorme etcétera.
“Están todos metidos, hay que poner orden, que los sequen en
la cárcel, hay que matarlos a todos, saquemos a los militares.”
Posiblemente habrán escuchado algunas de aquellas propuestas
tanto en los muy informativos/culturales matinales o noticieros de la caja
idiota como en la mesa de su propia casa, en una linda cena familiar que
súbitamente se transforma en lo más parecido al panel de Tolerancia 0, aunque
más incisivo y sin el “amiguismo” que caracteriza a alguno de esos personajes
con sus entrevistados. Si quisiéramos ir más allá de las opiniones y de la
indignación generalizada de la sociedad chilena frente a las instituciones,
podríamos esquematizar estas exclamaciones vehementes que (muy posiblemente) a
todos se nos han pasado por la cabeza.
Basta una pequeña leída al Twitter o el feed de Facebook
para darnos cuenta que la indignación se concentra y hace implosión en un grupo
que muchos llaman “Clase media” o “trabajadora”, se manifiesta a través de
estos llamamientos a “las penas carcelarias más altas”, las detenciones
ciudadanas, e incluso el ajusticiamiento, promoviendo algo que “todos quieren”,
dícese de la igualdad y justicia ¿Qué más democrático que aquello?
También podemos darnos cuenta que: lo único que reclaman las
personas es el derecho de vivir en paz, esto es, poder salir de vacaciones, ir
al mall, pagar las cuentas, y de vez en cuando, como no, darse un gustito igual
como lo hacen los poderosos.
Todo este “movimiento social”, a pesar de una búsqueda muy
profunda, no tiene lideres visibles, es espontaneo en apariencia, ha sido
levantada solamente por los medios de comunicación. Podríamos decir que por
medio del deseo de “consumir información” para “pertenecer al grupo crítico que
la lleva” o “poder opinar”, los medios de comunicación y algunos oportunistas,
mal llamados políticos, han conseguido que una masa heterogénea de individuos
demande la eliminación de todos los privilegios de las clases dominantes, como
también han levantado prejuicios por montón frente a las poblaciones de menores
recursos, llegando incluso a generar campañas (también espontaneas y sin un
líder visible) tales como “piteate un flaite”, las mismas detenciones
ciudadanas o cosas tan cotidianas como cruzar la calle al encontrarse con
alguien que sugiera otra condición social, esto es totalmente evidente en la
aversión de la CONFEPA a mezclar niños de diferente condición socioeconómica
con sus propios hijos, ya que son un Otro que va a despojarlo de sus
privilegios o su “tranquilidad”. Todas estas demandas deberán ser obtenidas por
medio de la violencia o el castigo máximo de parte del Estado o del poder
judicial (más que repetida está la frase: El estado debería hacerse cargo de…).
Es decir hay una aceptación total y un intenso deseo de orden institucional.
Se nos ha enseñado a echarle la culpa al que está al otro
lado de la mesa del box, o al otro lado del vidrio del banco, cuando son las
relaciones de poder y quienes lo ejercen a quien deberíamos apuntar.
Este quiebre de la institucionalidad, que tiene sus inicios
en las movilizaciones del 2011, ha generado un rumor que podría ir creciendo y
que resuena como expusimos en el párrafo anterior. Estaríamos frente a una
exacerbación del fascismo, tal y como está ocurriendo en muchas partes del
mundo.
Frente a los últimos escándalos también ha habido voces que
dicen que hace falta “una revisión a los ramos de ética de las universidades”,
a propósito de los escándalos de corrupción mencionados anteriormente. De esta
manera se plantea a la ética como un conjunto de leyes o un manual de
comportamiento, si fuera así estaríamos cayendo en el mismo juego del discurso
de poder, al someternos por completo a un discurso que pretende ser hegemónico,
lo que nos lleva nuevamente a una especie de fascismo. El discurso hegemónico
actual es la cristalización de un ethos o moral de las sociedades en la
palabra, en tanto el hombre es un ser-que-habla, y este ethos es, actualmente
en la sociedad occidental: “consumir, competir, por todos los medios posibles”.
Es por esto que proponemos la ética no como discurso, sino que como estructura
de pensamiento que, desde los márgenes del discurso del poder, pueda “corroer”
esta cristalización y reformarla desde fuera hacia adentro.
Esta manera de concebir la ética nos lleva a considerar
también a los Otros como un cuerpo al cual nos podemos asimilar, y así
desconcentrar el poder, volverlo algo accesorio a los cuerpos de compañeros,
cursos, carreras o universidades: en el caso de la política universitaria,
basta con ver el progreso de las demandas internas de la Escuela de Medicina de
la USACH y darse cuenta de que su choque es con la institucionalidad, y sus
problemas cotidianos son solucionados de manera interna.
¿Pero de que discurso de poder nos están hablando? ¿De qué
me sirve reflexionar? Quiero sacar mi carrera, no ser un filósofo/pensador.
Preguntas totalmente válidas para un estudiante que no ha
sido consumido por la fiebre “revolucionaria” o “crítica” muy de moda por estos
días. En respuesta, les plantearemos cuestiones de vuelta: ¿Por qué estudian?
¿Cómo se sienten al ir a clases? ¿Se sienten realmente involucrados o
maravillados con la información que reciben? ¿Por qué faltan a clases?
La universidad, más específicamente las facultades
científicas, como institución encargada de “formar” profesionales, obliga a los
estudiantes a escuchar y adoptar el discurso científico, el cual se configura
muchas veces como un discurso que ejerce poder; algunos ejemplos son cuando nos
dicen cómo funciona el mundo (relación entre neurotransmisores y sentimientos)
y lo que debemos hacer para estar más sanos (menos lípidos en la dieta, menos
sal), responsabilizándonos de nuestra enfermedad. Frente a este discurso armado
y dominante a los estudiantes no nos queda más remedio que someternos, escuchar
e intentar asimilar lo más que podamos, sin reflexionar.
De esta manera nos separamos de la práctica como un
“cuerpo”, al cual nos podemos asimilar siguiendo un conatus o deseo y así alcanzar un grado de “felicidad” o más
simplemente “satisfacción personal” al ejercer o estudiar, es decir se pierde
el deseo en la práctica y el Eros del aprendizaje, nuestro cuerpo nos lo
advierte a través de la dificultad para levantarnos e ir a clases, el excesivo
sueño durante la jornada, la lucha que significa intentar mantener la atención
en la catedra. Que la fisiología o la patología no expliquen este fenómeno no
significa que no debamos hacernos cargo de él. Para recuperar el deseo
entonces, es necesario asumir la posición de sujeto, es decir, reflexionar
desde el margen de los discursos ¿Si no fumo no me dará cáncer? ¿El aborto debe
ser castigado? ¿El sistema de salud satisface las necesidades de la población?
¿Cómo ayudo a un/a paciente fuera de los alcances de la medicina? ¿Es la
medicina alopática la única opción? Escuchar al cuerpo, comprometerse con la
praxis y de esta manera construir la autonomía, esto es, desligarse del poder
al ejercer la práctica. Para esto, no es necesario ser filósofo ni intelectual.
Este no es un llamado a asumir un discurso político: Todos
saben las atrocidades cometidas por la derecha, todos conocen los resultados de
la izquierda burocrática y autoritaria.
Tampoco a "ser político": Lo que menos queremos es
organizar más redes de poder.
Esto tampoco es un llamado a “ser crítico”: Ya que esta
postura también ha sucumbido al ethos imperante y se ha convertido en una
forma-de-consumir, es decir, se ha perdido la reflexión, solo hay repetición.
No pretendemos renegar del discurso desde el cual nos
desempeñaremos: Nuestra medicina está directamente asociada al discurso
científico.
O a levantar consignas por la educación: Todos
saben lo que está mal, lo hemos vivido y lo hemos repetido hasta el cansancio.
(por GdM, 2016)