"La Asombrosa hipótesis consiste en que
“vosotros”, vuestras alegrías y vuestras penas, vuestros recuerdos y vuestras
ambiciones, vuestro sentido de la identidad y del libre albedrío, todo esto no
es en realidad más que el comportamiento de una vasta reunión de células
nerviosas y de las moléculas que están asociadas a ellas”
Hoy por hoy se
pretende transformar los verdaderos momentos de intimidad con uno mismo en
factores o comportamientos de riesgo, los que pueden atentar con nuestra salud.
Todas las “recomendaciones”
emanadas del discurso científico (si fuesen ubicadas en una especie de
decálogo) quedarían justificadas por la afirmación de que “es por nuestro
bien”. La salud-mercancía es inalcanzable, no nos pertenece, y para preservarla
hay que someterse a las lógicas de su definición pobre (completo bienestar
físico, social y psicológico). Adherir a estos estilos de vida propuestos por
la ciencia moderna es entregar las dos orejas. La enfermedad se prefigura
entonces como el justo castigo a nuestra desobediencia. ¿Quién define la
salud?, ¿Quién define la enfermedad?... Pues bien, quien fije los estándares de
lo biológico tiene el control.
El brazo
armado del poder que viene es la Medicina.
La medicina en
formación es la medicina genética. Bajo esta lógica se podrá establecer que
enfermedades “podríamos” padecer. La medicina no será más terapéutica, será en
esencia definitoria, culpabilizante, elaboradora de sentencias, donde no hay
nada que decidir respecto del futuro más que alinearse bajo el discurso de la
prevención y de las precauciones a tomar para no enfermar… La enfermedad
imprevisible y confortable deja de existir como tal para dar cabida al riesgo
permanente y predecible.
Surge entonces
el partido de los sanos, obedientes de las indicaciones. Y el partido de los
enfermos, aquellos que se lo buscan... los primeros huirán de los segundos. El
médico se erigirá entonces como el místico capaz de preverlo todo, con
inquietante omnipresencia pretenderá también conocerlo todo... la certeza de la
predisposición y de la herencia envenenará nuestra alma.
De Sujetos a
Pacientes.
Frente a la
caída de la democracia se establece una nueva forma de dominación, una que
cuenta con la complicidad de dominadores y dominados, el biopoder.
Cuerpos sin
espíritu proliferando gracias al avance de la medicina, sobrepoblando el mundo.
Cuerpos sin una posición activa frente a la vida, que es la pasión misma.
Pasión es lo contrario a padecer. Esta es la nueva política. La biopolítica
gestionadora de los cuerpos como continentes de almas trata de reducirnos a
aquello por lo que el poder nos sujeta. Estamos reducidos a un cuerpo
biológico. ¿Qué hay más necesario, más inmediato o más inalienablemente nuestro
que nuestro propio y único cuerpo? Es el cuerpo lo que nos permite relacionarnos
con el otro, es el cuerpo el límite. ¡Objeto de opresión! NUESTRO CUERPO ES
PRISIONERO DE UN ALMA PRISIONERA DEL CUERPO.
Prisioneros al
fin y al cabo con una “pequeña libertad” al interior de una jaula
armoniosamente decorada. Lo propiamente nuestro pretende ser expropiado, las
pulsiones, los deseos y pensamientos no serían más que neuronas interactuando.
“Todo aquello
que nuestro cerebro de esclavo alcanza a tolerar, nuestro cuerpo,
insuficientemente dócil, lo rechaza, porque en él algún residuo ancestral del
instinto de rebelión se oculta todavía; ¿Pero dónde? He aquí lo que los
conquistadores de la industria farmacéutica han jurado descubrir” apoyados por
los tecno-médicos como leales vasallos en esta innoble tarea.
El médico se
forma técnicamente para no ser más que un administrador, un gásfiter muy
eficiente en reducir al sujeto a un cuerpo biológico y a pensarlo rígidamente
en términos de etiquetas diagnósticas. El tecno-médico no ayuda a nadie, salvo
a los dominadores. El terapeuta es por otro lado en primer lugar, al igual que
el que le consulta, un sujeto... sujeto del deseo. No del deseo mecánico
asténico y bulímico que no desea los cuerpos vivos ni las cosas animadas, que
repite compulsivamente un gesto de consumo. Sino del auténtico deseo, de la
esencia profunda del Yo y existe como aspiración, como esfuerzo para acrecentar
su propia potencia de ser reconocido por otro. No vivir en el deseo es estar
exiliado de la propia esencia y corriendo el peligro de devenir cosa, de ser
enteramente objetivado.
Conclusión
La práctica,
el aprendizaje y la medicina no son nobles en sí mismos pues poseen una
dimensión política que obliga a tomar posiciones frente a los otros. La
práctica médica se puede transformar en una práctica esclavizadora y reproductora
de discursos, reduciendo al ser humano a hombre-máquina, susceptible de ser
hábilmente dominado. Apostamos a lo contrario.