“La mariposa chocó
contra la bombilla,
Que se tambaleó
ligeramente
y desordenó las
sombras”[1]
En una nota titulada “His majesty the Baby” para el Diario
Palentino (España), el psicoanalista Fernando Martín Adúriz comentaba la genial
expresión de Freud, en el contexto del siglo XXI:
“Pues bien, hoy no se quiere intrusos para los niños que
les quiten el disfrute. ¡Qué palabra ésta, la de disfrute! Se oye de continuo.
Que disfruten todo el rato se dice, que aprendan jugando, que estudien con
deleite (…) que sean felices todo el rato. ¡Qué desastre! El empuje al goce
solo conduce a lo peor (…)”[2]
Sucede que con el tiempo los niños crecen y coronados,
llegan a la universidad. Proliferan entonces las majestades, en cuya cabeza no
hay lugar para el libro y la corona. Entonces tienen que elegir. Si han tenido
antes la fortuna de fracasar, hay cierta cuota de tolerancia respecto de las
dificultades propias de los estudios universitarios.
Si no, comienzan los problemas, sobre todo cuando las
normas de la institución, la calificación obtenida o el trato del profesor
resultan inadecuados para el rango del destinatario. Acto seguido se hacen
presentes los padres que en calidad de apoderados, es decir, propietarios y no
agentes al servicio de una civilización o una comunidad, negocian con la
institución la tasación del alumno en cuestión. Negociación en la que se busca
un punto de acuerdo entre el yo ideal familiar, donde está implicado el valor
del hijo para los padres, y el ideal del yo correspondiente a un valor social
determinado, por ejemplo que es un buen alumno.
Las Instituciones educativas deben lidiar además con las
exigencias de eficacia, eficiencia y rentabilidad que rigen hoy todas las
prácticas. En el ámbito educativo esto se traduce, a veces, en demandas por
parte de los alumnos que en calidad de consumidores exigen su cuota de
beneficios al menor costo posible (en materia de esfuerzos).
Los profesores por su parte, no lo pasan mejor.
Socialmente parecen tener hoy asignadas dos funciones, cuyo ejercicio no es sin
consecuencias. Por un lado, deben demostrar su idoneidad para el ejercicio de
la función evaluadora que se extiende por todos los rincones. Y por el otro, en
las aulas han de entretener a los reyes.
Como efecto de esta segunda función se pueden comprender
las -cada vez más frecuentes- denuncias por maltrato de los profesores hacia
los alumnos. Es que cuando se desconoce la distancia entre la función y quien
la ejerce, el profesor se vuelve destinatario de agresiones varias (que van
desde la burla o el insulto hasta la seducción o el golpe) y finalmente termina
por responder. Como el pobre Hop Frog[3], rechina los dientes al principio y
acaba transformando al rey en cenizas después.
Varias explicaciones se ofrecen para dar cuenta de la
escalada de violencia entre, desde y hacia los jóvenes en las aulas (y fuera de
ellas… está por todos lados).
Desde el psicoanálisis se señala “(…) el declive, en
nuestra sociedad, de los ideales que cumplían una función civilizadora y
limitadora (…) y las figuras que antes los encarnaban, como padres, profesores
o líderes políticos, [que hoy] aparecencomo inconsistentes”[4] En este
contexto, los jóvenes avanzan en sus conductas transgresoras quizás demandando,
sin saberlo, que la ley exista, que los padres o los profesores funcionen
haciendo semblante de autoridad. Semblante que más tarde los jóvenes habrán de
cuestionar y destituir: prescindir de la ley a condición de poder servirse de
ella.
Se habla de “bullying” para dar cuenta del acoso que
padecen algunos alumnos por parte de sus compañeros donde, entre otras
situaciones que facilitan la agresión, el “(…) declive de la imagen social del
amo (maestro) (…) da paso a una lógica de red y a una victimización
horizontal”[5]
Eugenio Díaz y Francesc Vilá invitan a dudar del
imperativo que resuena cuando se evidencia la impotencia de los profesores para
ejercer su función: “hay que recuperar la autoridad”. Ellos sostienen que la
estigmatización de una etapa de la vida (adolescencia) y la judicialización de
los asuntos pedagógicos no permiten escuchar lo que “los adolescentes y los
jóvenes piden, también a gritos: que los adultos estemos a la altura del
complejo tiempo que nos toca vivir. Oigámosles como dicen, incluso cuando lo
hacen de mala manera o de un modo distinto a como esperamos, ¡no nos dejéis
solos!”[6]
En Chile, un profesor acusado de abuso, declaraba:
“Deberé utilizar la tarjeta “prime” para pedir ayuda psiquiátrica, ya que me
siento vigente cuando una niña se enamora de mí, tengo problemas”[7]. Un
colectivo feminista denuncia a una profesora de hostigar y violentar
psicológicamente a un grupo de niñas que postulaba al centro de alumnas: “(...)
la profesora debe ser despedida (…) por dificultar que las actuales y futuras
líderes de Chile ejerzan sus habilidades”[8]. Mientras el presidente de los
profesores metropolitanos afirmaba en una nota para el diario La Nación: “Hoy
cualquier maestro puede ser acusado de lo que sea y nadie lo defiende. Esto es
un sálvese quien pueda ya que nadie se hace cargo, ni trata estos temas como
corresponde”[9]
En Argentina, los jueces han comenzado a dirimir asuntos
pedagógicos tales como fechas de exámenes, materias pendientes o “problemas con
el latín”[10]
¿Qué hacer? Puesto que comprender no es justificar, y que
de nuestra posición de sujetos somos siempre responsables. Nos preguntamos:
¿qué autoridad para estas épocas?
Ya Freud señalaba que enseñar y gobernar son dos tareas
imposibles. Pero imposibilidad no es impotencia. Y de lo que se trata en las
aulas es de la impotencia de aquellos que encarnan la función docente. Función
devaluada en tiempos donde la palabra ha sido banalizada, por lo que se puede
decir cualquier cosa en cualquier parte sin tener que responder por ello
(pensemos en la figura del “opinólogo”). Tiempos donde el saber monopolizado
por la ciencia, estandariza verdades universales que han de ser “informadas”
(no enseñadas ni transmitidas).
A los jóvenes se les cede la palabra en todos lados. El
estado reúne a los “pingüinos” en comisiones para que hablen. Incluso ellos
mismos, en los medios masivos de entretención, se prestan a ser evaluados por
sus habilidades para bailar o cantar, por ejemplo, oficiando a su vez como
bufones de adultos aburridos y nostálgicos.
El docente en fin, entre el bufón y el evaluador
impotente ¿Es posible para él otra posición?
Pues bien, al respecto un cuento de Manuel Rivas quizás
nos permita, sino echar luz sobre el asunto, al menos desordenar las sombras.
En “La lengua de las mariposas”[11] un alumno recuerda a
su maestro no solo por lo que supo transmitir, sino fundamentalmente por el
entusiasmo que despertó en relación al saber: “Tanto nos hablaba de cómo se
agrandaban las cosas menudas e invisibles que (…) llegábamos a verlas de
verdad, como si sus palabras entusiastas tuviesen el efecto de poderosas
lentes”
Palabras como lentes, capaces de transformar la evidencia
de lo que se ve y se toca en una fuente de inagotables misterios. Pero la
palabra del maestro no era vana ni vacía. En efecto, Don Gregorio hacía
funcionar en su aula una ética particular. Cuando el desorden de los niños se
volvía ingobernable, el maestro callaba: “si no se callan ustedes, tendré que
callarme yo”- decía. Su silencio no era un castigo ni una coartada. Se trataba
de un silencio que conseguía instalar una ausencia.
En otros términos, la ética del silencio del maestro no
buscaba “recuperar la autoridad” sino devolverles a sus alumnos una
responsabilidad intransferible: no hay más maestro que el que ellos sepan
escuchar.
(por Gabriela Manitta, 2008)
--
[1] Rivas, Manuel. “La lengua de las mariposas”, en ¿Qué
me quieres, amor? Disponible en: http://www.puntodelectura.es/
[2] Fernando Martín Adúriz. His majesty the Baby, Diario
Palentino, 1 de febrero de 2007. Disponible en: http://www.diariopalentino.es/
[3] Personaje del cuento homónimo de Edgar Alan Poe.
[4] Fernández Blanco, Manuel. Violencia y vandalismo, La
Voz de Galicia, España, 12 de Enero de 2006. Disponible en: http://www.lavozdegalicia.es/
[5] Ubieto, José Ramón. “Bullying”, el acoso del sujeto,
La Vanguardia, España, Jueves 2 de noviembre de 2006. Disponible en:
http://www.observatoriopsi.com/
[6] Eugenio Díaz / Francesc Vilá, La autoridad en
cuestión, La Vanguardia, España, Miércoles 6 de diciembre de 2006. Disponible
en: http://www.observatoriopsi.com/
[7] Libre profesor imputado por abuso, La Nación, jueves
27 de octubre de 2005. Disponible en: http://www.lanacion.cl/
[8] Denuncia pública, La Nación, martes 27 de marzo de
2007. Disponible en: http://www.lanación.cl/
[9] Profesora fue acusada de agredir a un menor, La
Nación, Chile, Jueves 6 de Mayo de 2004, pág. 09. Disponible en:
http://www.lanacion.cl/
[10] La justicia se mete en el aula y decide, La Nación,
domingo 27 de mayo de 2007. Disponible en: http://www.lanacion.com.ar/
[11] Op. Cit. El cuento de Rivas fue llevado al
cine en 1999. La película que lleva el mismo nombre, “La lengua de las
mariposas” y fue dirigida por el español José Luis Cuerda.
